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29 de noviembre de 2009

La Visita



El vikingo volvió de Noruega dos días antes de la celebración del Día de Acción de Gracias. Me esperaba en la salida de Delta, “abajo pollito en la sección donde se recoge las maletas” me había dicho dos veces sabiendo mi eterna condición de distraída. Repetíamos un ejercicio que se había interrumpido cuando dejó de volar, solo que ahora venia a recogerlo de enterrar a su madre. Ahí estaba él, mi vikingo, esperándome en mangas de camisa y apenas un equipaje de mano, carga bastante ligera para quien viene del crudo invierno noruego. No se si fue que estaba vestido de pasajero en la puerta del aeropuerto (siempre lo recogía en uniforme) o si fue la expresión de niño extraviado en su metro noventa y cinco lo que me produjo una sensación extraña.

Puerta número 5 del aeropuerto de Miami son las 11 de la noche, pongo las luces intermitentes y bajo del auto, en dos trancazos me paro delante de ese gigante rubio de mirada ausente y le extiendo los brazos. Al verlo de cerca bajo la luz de la parada me doy cuenta que tiene una barba de dos días y los ojos irritados. “Pollito” susurra apretándome contra su pecho, “Pollo” le contesté, lacónica, cortada sin saber que mas decir. ¿Qué se puede decir cuando se pierde a la madre? ¿Qué palabras pueden mitigar el dolor de enterrar a un ser querido? Nunca he encontrado que decir en esas circunstancias, solo abrazar al doliente en un intento (creo vano) de pasarle mi energía como se hace con los autos cuando se les baja la batería. Difícil tarea la de animar a quien pierde un ser querido, el único consuelo posible es hallarlo en la fe, ‘tu mamita esta ahora al lado de Dios’, ‘ya se reencontrarán al final de sus días’ ‘pasó a mejor vida’, son todos sitios comunes en los que encontramos confort quienes creemos en Dios. Pero Turid, la mamá de mi vikingo, era atea y él es un nuevo creyente por lo que recurrir a cualquier cliché religioso era sino inútil poco oportuno (ya Turid había mandado a volar al curita que le envió por error el personal del hospital en su lecho de muerte).

Así estuvimos abrazados hasta que el inclemente claxon de un taxista apurado nos devolvió a la realidad, entonces Anthony, mi vikingo, abrió la puerta del carro y tiró su único equipaje en el asiento trasero y se  acomodó en el del copiloto. Que no manejara él era señal inequívoca de que no estaba bien, el cansancio de casi 24 horas de viaje nunca antes había sido excusa para que me dejara conducir. “Hasta borracho manejo mejor que tú pollito” me había dicho cien veces pero esa noche solo quería hablar. Hablar de Turid, hablar de lo que fueron sus últimos días, hablar de la fortaleza con la que afrontó la noticia de que le quedaban menos de dos semanas de vida, hablar del aplomo con que lo llamó a decirle “estoy respirando conectada a una máquina, dopada con morfina todo el día para calmar el dolor, no me queda mucho pero no puedo irme sin verte”. Llegamos a la casa y como todas las noches nos dormimos abrazados pero esta vez era él quien ponía su cabeza en mi pecho y por primera vez fui yo la que esperó a que él se quedara dormido.

A la mañana siguiente compartimos un  desayuno espartano pues él tenía que ir a ver su negocio, tenía montañas de trabajo atrasado así que rapidito nomas preparamos tostadas y café con leche.
-“No me dio tiempo de poner una lápida en la tumba de mi madre y he pensado en que debemos adornarla con verdecillos”
-¿Verdecillos?
- Son una especie de jilgueros que abundan Noruega, a ella le encantaban los pajaritos y abría la ventana de la cocina para darles su alpiste y como si ellos se pasaran la voz de pronto había cada mañana una convención de verdecillos en la cocina de mi mamá.
-Que lindo, me parece buena idea.
-¿Sabes? Algo que no me gusta de Miami es que no hay pajaritos.
- ¡Sí  hay Anthony! -y le apunto una bandada que acaba de volar frente a nuestra ventana
- Esos son cuervos CJ

Nunca me gustó mucho la naturaleza, los animales o el campo. Nunca pude distinguir un manzano de un olivo y parece que tampoco un jilguero de un cuervo. Al caer la tarde llega mi vikingo con los ojos brillando y esa sonrisa que yo echaba de menos. Luego, a la hora de la cena, mi Brunella y yo nos enteraríamos del motivo de su repentina alegría. Esa misma tarde camino a casa al salir de su negocio algo lo movió a mirar hacia arriba y vio un verdecillo que salió de la nada  frente a él posado sobre el cable del poste de luz, ¡acá en Miami pollo! Mi hija y yo le tomamos la mano, tenemos un nudo en la garganta y los ojos húmedos mientras él nos termina de contar que se quedó parado contemplando al pajarito, quietecitos los dos y sonriéndole le dijo “Hi Mom.”




18 de noviembre de 2009

Tumba Catao


Fue a mi amiga cubana, Maritza, a quien oí por primera vez usar la famosa frasecita. Digo famosa ahora, pero hace cinco años me dejo en la luna de Paita y en el sol de Piura, o sea, mas perdida que ‘cucaracha en baile de gallinas’. Conocida se haría la frasecita cuando otra cubana, Niurka Marcos mas famosa y mas alharaquera que mi amiga cubana, la usara en la televisión internacional (¿?). Hasta Bayly se “puso pa’ su numero” y la comentó en su programa, ahora es raro el individuo que no sepa que esa expresión se usa para sugerir un cambio de método o un cambio de rumbo.

A mí Maritza me lo había explicado. La primera vez que la oí pensé que estaba recitando un mantra de origen africano, o quizá una afirmación de santería afrocubana, porque jamás en mi no tan corta vida había oído catao, quinqué y hasta tumba y pon no sonaban a verbos junto a esos sustantivos desconocidos.


- Eso se dijo mucho chica, cuando se la dieron de largos y pusieron catao para alumbrar.
- ¿Catao?
- Si, chica, esa planta eléctrica que lo único que hacia era romperse entonces decíamos tumba catao,  o sea quítalo, y ¡pon quinqué!
- ¿Pero que es quinqué?
- ¡Quinqué, niña! Esas lámparas con mecheros y querosene…
- Ah! Lamparín de querosene.
- ¡Sí que fina tú!

Ese es uno de los tantos dicharachos cubanos que uso ahora como propios, y es que fui adoptando modismos, costumbres, sentimentalismos y demás parafernalia cubana. Miami y los cubanos se convirtieron junto a Lima, Chabuca Granda, la comida peruana, Alianza Lima, Jesús Maria y el Nene Cubillas en mis pasiones y obsesiones.

Porque a quien no le gusta el caldo, le dan tres tazas. Cuando venia a Estados Unidos de visita, de turista, siempre evitaba Miami. Me iba de largo, escogía otros destinos, como San Francisco, Los Angeles, New York, Las Vegas, todos menos calurosos, menos bulliciosos, menos latinos, y sobre todo menos cubanos. Sin embargo cuando vine a residir a este país, mi perspectiva cambió, después de la fallida relación sentimental en Nueva York supe que me quedaría en USA, pero en Miami, la ciudad donde para triunfar había que apellidarse Hernandez o Ramírez (que importa que ahora me apellide McCann), donde los latinos somos la mayoría, donde las autoridades hablaban español, donde ser blanquito es ser ‘exótico’, y sobre todo donde en vez de Red Bull tomamos coladita para cargar las baterías.

Miami, es ahora mi ciudad, mi hogar y sin exagerar diría mi gran amor. Hamilton, un ex enamorado, me dijo un día que yo era “a Miami freak”. Si Hamy a mucha honra, y si no te gusta ‘tumba catao y pon quinqué’.

*crédito de foto: weedwhackinwenches.blogspot.com